sábado, 15 de agosto de 2009

HUMANISMO PEDAGOGICO. LIDIA

HUMANISMO PEDAGOGICO
''El proceso de enseñanza y aprendizaje como una relación humana, en esta lectura nos propone a reflexionar alrededor de un gran interrogante que siempre está latente en nuestro quehacer profesional. Puntualmente nos preguntamos nosotros como docentes y profesoras ¿ los docentes subestimamos nuestro rol antropológico? La respuesta no es ni fácil ni única, entre otras cosas, por la singularidad de nuestra tarea; las particularidades e idiosincrasias de las distintas instituciones en donde nos desempeñamos, las nuevas tendencias pedagógicas y también, por nuestras propias circunstancias y limitaciones.
A priori, la única certeza que tenemos es que en estas temáticas no existen las respuestas terminantes y todos los planteos que nos podamos hacer redundarán en cuestionamientos que indefectiblemente optimizarán nuestras prácticas. Partimos de la premisa que considera, en principio, que nuestros alumnos son singulares y producto de nuestra sociedad y en este contexto, al aprendizaje como un proceso complejo y multifacético, impregnado de diversos aspectos de los cuales el que está referido a su dimensión axiológica no es menor. En todo caso, es igual de importante como los referidos a lo epistemológico y lo procedimental.
Aclarada la cuestión, considera la lectura pertinente abordar, aunque sea someramente, algunos conceptos antropológicos que nos permitan ilustrar lo que sostenemos. En este sentido, la categoría de sujeto como persona es el estadio más elevado al que se puede acceder luego de soslayar con éxito la individualidad. Consideramos que el hombre pasa de individuo a persona cuando se reconoce como algo complejo y no sólo como un ente de constitución biológica, ya que el hombre es el único ser que reconoce su propia existencia, por lo tanto puede crear y recrear valores que orienten sus acciones hacia ella. En definitiva, el término persona es mucho más abarcador, incluyente y representativo de lo humano que el de individuo, porque implica, entre otras cosas, la idea de un yo que es la conciencia de sí mismo y de los demás.
Está prácticamente fuera de discusión considerar a la persona como un “ser” que es producto de una construcción ínter vincular, en donde nosotros nos vamos conociendo y relacionando con los “otros”. Esos “otros” son los que cuando nacemos nos encauzan y sumergen en un mundo simbólico con determinadas pautas culturales que fueron construyendo desde siempre, para que a partir de ellas, entendamos, interpretemos y hasta modifiquemos la realidad que nos toca vivir y que en definitiva nos termina identificando, es decir: “El individuo sólo puede ser entendido como parte de la sociedad a la cual pertenece y que esa sociedad sólo puede ser comprendida sobre la base de las interrelaciones de los individuos que la constituyen”
Para los que nos desempeñamos en el ámbito educativo, este tópico no nos puede ser indiferente ¿ por qué lo sostenemos? porque la actividad pedagógica es y debe seguir siendo una actividad netamente humana dirigida a la concientización y obtención de justicia, porque los docentes somos y tenemos que seguir siendo intelectuales críticos de nuestra sociedad, porque sólo nuestra dimensión humana impedirá que nos enajenemos y con esa actitud seamos, aunque de manera involuntaria, funcionales a los intereses políticos, económicos y sociales minoritarios e impopulares. Asimismo y más contemporáneamente, desde la filosofía humanista, se sostiene que el hombre necesita hacer y construir su existencia en compañía de sus pares. Más precisamente, desde la antropología cultural se procura identificar la”esencia” que nos distingue y que nos caracteriza como seres complejos, multidimensionales, espirituales, racionales, impulsivos, misteriosos e impredecibles. Las características humanas podrían ser muchas más, pero sería inabarcable y hasta improcedente tratar de contemplarlas a todas, es más, la selección no fue azarosa, por el contrario, pretende explicitar el mayor pluralismo filosófico.
Por lo precedente, que aún sigamos poniendo en duda la importancia del aspecto humano en la relación educativa es por lo menos inapropiado. Que el profesionalismo docente no se desarrolle en desmedro de nuestra humana profesionalidad. Y como sostiene el single de Jorge Drexel”: Cada uno da lo que recibe, Luego recibe lo que da, Nada es más simple, No hay otra norma, Nada se pierde, Todo se transforma, Todo se transforma...” En definitiva, como en tantas otras cosas sólo se trata de ser más humor la digna causa social y con el animo de contribuir con el propósito mundial de Humanizar la Tierra se conforma: (FHUERO) Fundación Humanista Erasmo de Rotterdam como Organización No Gubernamental y sin animo de lucro integrada por un equipo interdisciplinario, que modestamente y con la mejor voluntad coopera en la solución de la problemática educativa y cultural de la sociedad Colombiana.
Ante las consideraciones de orden legal, a través de la Fundación Humanista Erasmo de Rotterdam, se respaldan y promueven proyectos de gestión social, entre los que se encuentra el Colegio Humanista Erasmo de Rotterdam. A través de dicha institución se brinda un servicio social de trascendencia orientado a que el siempre aprendiente ser humano logre mediante la creatividad, la exploración, la participación y la investigación; un alto desarrollo personal encaminado al mejoramiento de sus relaciones humanas y a la adquisición de los saberes necesarios para que con conocimiento de causa y responsabilidad de consecuencia, intensión la anhelada transformación social.
Se dice en la lectura de que el Ser Humano es la supremacía sobre toda existencia universal y por tanto, creemos firmemente en la revolución Humanista, una revolución No-violenta pero activa, que implica la integración de todos nuestros esfuerzos en función de una lucha constante, dirigida en contra del SISTEMA que esclaviza y promueve la desigualdad entre las gentes y en cuya escala de valores se encuentra: (el dinero – el sexo y el prestigio) entendidas como el conjunto de expectativas que distorsionan el sentido de la vida humana.
La imagen nítida de un mundo más humano se presenta en nuestro interior con una fuerza de irradiante magnitud que se constituye en nuestro mayor estimulo para emprender acciones de influencia con profundo entusiasmo aun cuando somos conscientes de que Estamos inmersos en el sistema, pero combatimos contra el, en lo que pensamos, en lo que sentimos y en lo que hacemos, porque entendemos que lo único que no se puede hacer, es hacer parte del mismo mal que se combate.
Francisco Rebelais
Búsqueda de una espiritualidad más humana, interior, (devotio moderna, Erasmismo), más libre y directa y menos externa y material.
En sus comienzos, el humanismo es un movimiento regenerador y en sus principios básicos se encuentra ya bosquejado en tiempos muy anteriores, por ejemplo, en las obras de Sócrates, que se impuso una labor de regeneración parecida en la Grecia del siglo IV a. C. En tiempos modernos se encuentra estrechamente ligado al Renacimiento y se benefició de la diáspora de los maestros bizantinos de griego que difundieron la enseñanza de esta lengua, muy rara hasta entonces, tras la caída de Constantinopla en poder de los turcos en 1453; la imprenta y el abaratamiento de los libros subsiguiente facilitó esta difusión fuera del ámbito eclesiástico; por entonces el término humanista servía exclusivamente para designar a un profesor de lenguas clásicas. Se revitalizó durante el siglo XIX dando nombre de un movimiento que no sólo fue pedagógico, literario, estético, filosófico y religioso, sino que se convirtió en un modo de pensar y de vivir vertebrado en torno a una idea principal: en el centro del Universo está el hombre, imagen de Dios, criatura privilegiada, digna sobre todas las cosas de la Tierra (antropocentrismo). Posteriormente, en especial en España durante la segunda mitad del siglo XVI, el antropocentrismo se adulteró en forma de un cristocentrismo que proponía la ascética y la mística como formas de vida que condujeron al desengaño barroco, que desvirtuó durante el siglo XVII este movimiento en un principio renovador impidiendo abrir nuevos horizontes.
MICHEL DE MONTAIGN
Montaigne muestra su aversión por la violencia y por los conflictos fratricidas entre católicos y protestantes (pero también entre güelfos y gibelinos) cuyo conflicto medieval se agudizó durante su época. Para Montaigne es preciso evitar la reducción de la complejidad en la oposición binaria y en la obligación de escoger bando, privilegiar el retraimiento escéptico como respuesta al fatismoan. En 1942, Stefan Zweig dijo de él: «A pesar de su lucidez infalible, a pesar de la piedad que le embargaba hasta el fondo de su alma, debió asistir a esta despreciable caída del humanismo en la bestialidad, a alguno de esos accesos esporádicos de locura que constituyen a veces lo humano. (...) Esa es la verdadera tragedia de la vida de Montaigne".
Mientras que algunos humanistas creían haber encontrado el Jardín del Edén, Montaigne lamentaba la conquista del Nuevo Mundo en razón de los sufrimientos que aportaba a los que por ella debían infaliblemente reducirse a la esclavitud. «Viles victorias». Se encontraba más horrorizado por la tortura que sus semejantes infligían a unos seres vivos que por el canibalismo de esos mismos amerindios a los que se llamaba salvajes.
Tan moderno como muchos de los hombres de su tiempo (Erasmo, Juan Luis Vives, Tomás Moro, Guillaume Budé...), Montaigne profesaba el relativismo cultural, reconociendo que las leyes, las morales y las religiones de diferentes culturas, aunque a menudo diversas y alejadas en sus principios, tenían todas algún fundamento. "No cambiar caprichosamente una ley recibida" constituye uno de los capítulos más incisivos de los Essais. Por encima de todo, Montaigne es un gran seguidor y defensor del Humanismo. Si cree en Dios, rehúsa toda especulación sobre su naturaleza y, ya que el yo se manifiesta en sus contradicciones y variaciones, piensa que debe ser despojado de creencias y prejuicios que lo extravíen.
Sus escritos se caracterizan por un pesimismo y un escepticismo raros en la época renacentista. Citando el caso de Martin Guerre, piensa que la humanidad no puede esperar certidumbres y rechaza las proposiciones absolutas y generales. Su escepticismo se expone sobre todo dentro del largo ensayo Apología de Raymond Sebond (Raimundo Abunde), capítulo 12, libro segundo, frecuentemente extraído y publicado aparte de los Ensayos. En su opinión no podemos creer nuestros razonamientos porque los pensamientos nos aparecen sin acto volitivo; no los controlamos, no tenemos razón en sentirnos superiores a los animales. Nuestros ojos no perciben más que a través de nuestros conocimientos:

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